Todo el mundo tiene un impacto. Puede que no uno tan grande como para cambiar el curso de la historia, pero sin duda puede ser uno que perdure en el medioambiente. Y esto es incluso aún más tangible en el caso de las organizaciones. ¿Cuál es la mejor manera de medir ese impacto? ¿Con la huella de carbono o con la impronta positiva de carbono? ¿O con algo más?
¿Cuál es la huella de carbono?
La huella de carbono (que no confundir con la impronta positiva de carbono) es, quizá, el término más utilizado para hablar del impacto medioambiental de un producto, servicio, empresa o actividad. Destaca el impacto medioambiental negativo de nuestras decisiones. Pero, ¿hacemos bien en centrarnos en el impacto negativo?
La huella de carbono calcula el volumen total de emisiones de gases de efecto invernadero (es decir, CO2 y otros gases de nuestra atmósfera que atrapan y liberan calor y contribuyen al cambio climático) que están vinculadas directa o indirectamente a un producto, servicio, organización o actividad. Suelen medirse en toneladas de equivalente de CO2 (CO2e). La huella de carbono se incluye en todas decarbonization roadmap y las hojas de ruta serias de descarbonización y en los informes ESG (Environmental, Social, Governance). Es el indicador clave de rendimiento que más analizarán las partes interesadas externas cuando evalúen la «E» (medioambiente) de ESG.
Por el contrario, la impronta positiva de carbono rara vez hace acto de presencia. Pero hay una buena razón para ello.
Con los años, cada vez es más fácil medir de forma fiable la huella de carbono de un producto, servicio, organización o actividad, pues hay una serie de normas reputadas ampliamente reconocidas que las organizaciones pueden seguir y cumplir, y que son igualmente accesibles para clientes y consumidores.
Tomemos como ejemplo el Protocolo de Gases de Efecto Invernadero (GEI), una de las normas de contabilidad de gases de efecto invernadero más utilizadas en todo el mundo. Creado en 1998 por el Consejo Empresarial Mundial para el Desarrollo Sostenible y el Instituto de Recursos Mundiales, dos organizaciones que llevan mucho tiempo promoviendo prácticas empresariales sostenibles, el Protocolo de GEI introdujo las categorías que se utilizan a día de hoy para medir las emisiones de carbono.
La mayoría de las organizaciones se centran en 3:
Entrar en un nivel de detalle tan específico sobre la huella de carbono ayuda a las organizaciones a comprender las emisiones de toda su cadena de valor y a planificar e implementar iniciativas con un alto potencial de descarbonización en las áreas donde más importa; es decir, las que tienen un mayor impacto medioambiental negativo.
A medida que las normativas nacionales e internacionales siguen estableciendo normas estrictas sobre medidas de reducción del carbono, ninguna empresa puede ignorar cómo sus decisiones empresariales pueden tener un impacto medioambiental negativo. Reducir las emisiones de alcance 1, 2 y 3 es un compromiso que las organizaciones deben asumir.
Entonces, ¿dónde entra la impronta positiva de carbono en la ecuación?
La impronta positiva de carbono sigue siendo un concepto muy novedoso: en esencia, muestra qué nivel de reducción de emisiones de GEI puede conseguir un consumidor/cliente al utilizar un producto o servicio que respeta el medioambiente frente a otro que no lo hace. Las empresas podrían utilizar este concepto para destacar que sus productos o servicios respetuosos con el clima pueden reducir la huella de carbono de otros.
El impulso para la impronta positiva de carbono vino de dos organizaciones de investigación en Finlandia, la Universidad Politécnica de Lappeenranta y el Centro de Investigación Técnica VTT de Finlandia. En sus palabras, «la impronta positiva de carbono es la reducción de la huella de carbono de otros».
La dificultad que se esconde detrás de este concepto es que actualmente no hay una serie de normas reconocidas internacionalmente para medir la impronta positiva de carbono, solo directrices. Si un concepto es difícil de manera precisa, justa y transparente, es poco probable que se pueda aplicar a gran escala.
Curiosamente, las directrices para medir la impronta positiva de carbono se basan en métodos de evaluación del ciclo de vida (ECV) normalizados por la ISO. Amplían el ámbito de aplicación al comparar el impacto medioambiental de una solución con una solución de referencia alternativa. Si la solución ofrecida disminuye la huella de sus usuarios, se crea una impronta positiva de carbono. En efecto, las empresas que pueden demostrar que están reduciendo la huella de otros, además de la suya propia, tienen una impronta positiva de carbono.
En mi opinión, esto es exactamente lo que una ECV comparativo, independiente y revisada por expertos es capaz de demostrar. En nuestro caso, sirven de demostración de cómo un modelo de negocio circular y un sistema de pooling para cajas van más allá de la reducción de nuestra propia huella de carbono: garantiza que nuestros clientes también puedan reducir los suyos.
Mientras que la impronta positiva de carbono puede necesitar algún tiempo para convertirse en un concepto establecido, hay otro concepto similar que está ganando importancia poco a poco, pero no menos complicado. Se trata de la medición de las emisiones de alcance 4 o «emisiones evitadas».
El Instituto de Recursos Mundiales,, que elaboró el Protocolo de GEI, describe el alcance 4 como «la reducción de emisiones que se produce fuera del ciclo de vida o de la cadena de valor de un producto, pero como resultado del uso de dicho producto». Suena bastante similar al concepto de impronta positiva de carbono y ECV (lo único es que el concepto de las emisiones de alcance 4 existe desde hace más tiempo que la idea de la impronta positiva de carbono).
El alcance 4 hace referencia, por tanto, a la reducción de emisiones que permite una empresa: son las «emisiones evitadas» que alguien habría generado si hubiera utilizado un producto diferente; es decir, menos respetuoso con el clima. El ejemplo más sencillo es el de un detergente para la ropa que es eficaz en agua fría. Quien utilice este tipo de detergente puede programar el ciclo de lavado en frío, que evita así las emisiones de carbono derivadas del calentamiento del agua. Por consiguiente, en igualdad de condiciones, la empresa que produce este tipo de detergente tiene una impronta positiva de carbono porque su producto reduce la huella de carbono del consumidor.
Otro ejemplo sería la sustitución de bombillas incandescentes o fluorescentes ineficientes por iluminación LED. El fabricante de luces LED está ayudando al usuario a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, y este ahorro podría notificarse como emisiones de alcance 4 en el informe anual de sostenibilidad del fabricante, por ejemplo.
Lo mismo ocurre con las emisiones evitadas de nuestros clientes al utilizar el sistema de pooling SmartCycle de IFCO y nuestras cajas reutilizables de transporte (CRT) 100 % reciclables, en lugar de cajas de un solo uso en la cadena de suministro de alimentos frescos, o cajas de poliestireno expandido para el transporte de pescado y marisco.
En nuestro caso, las emisiones evitadas y los beneficios medioambientales del SmartCycle de IFCO y de nuestras CRT se han cuantificado científicamente mediante ECV comparativas y revisadas por terceros y mediante estudios independientes sobre residuos alimentarios. Dichos estudios proporcionan datos exhaustivos sobre los ahorros ambientales de principio a fin logrados al cambiar de cajas de un solo uso a las CRT de IFCO y nuestro sistema de pooling circular. Por eso también nos encontramos en condiciones de expedir certificados de sostenibilidad IFCO creíbles a nuestros clientes.
Curiosamente, las emisiones evitadas no pueden contabilizarse en los objetivos científicos de reducción de emisiones a corto o largo plazo, según la iniciativa de objetivos basados en la ciencia (SBTi, por sus siglas en inglés). La SBTi orienta a las empresas en el establecimiento de objetivos creíbles con base científica, en consonancia con la ciencia climática actual y la trayectoria de 1,5 °C recomendada en el Acuerdo de París.
En las directrices de la norma de cero emisiones netas,la SBTi recomienda mantener la publicación de objetivos de reducción sistemáticos y validados para las emisiones de alcance 1, 2 y 3, independiente de cualquier comunicación relacionada con las emisiones de alcance 4. Deben excluirse de cualquier informe sobre objetivos o hojas de ruta de cero emisiones netas.
En el caso de IFCO, también mantenemos nuestros objetivos basados en la ciencia a corto plazo para 2031, que están alineados con un escenario de 1,5 grados y validados de manera independiente por la SBTi, separados de nuestras publicaciones de ECV. Todo en aras de la transparencia.
Si la impronta positiva de carbono puede ayudar a los consumidores a comprender el impacto de sus elecciones, ¿no puede ser entonces una fuerza para el bien? En muchos sentidos probablemente lo sea. Pero al centrarse en el impacto positivo de un producto sobre el medioambiente, ¿existe también el peligro de que las empresas lo utilicen para intentar difuminar (o «pintar de verde») su impacto negativo?
Lo importante ahora es que las empresas reconozcan que la crisis climática se trata de un problema serio. Por supuesto, debemos centrarnos en el impacto medioambiental positivo de nuestras acciones y celebremos nuestros éxitos, pero no debemos perder de vista el objetivo, que es impedir que nuestro clima supere los dos grados, pues supone consecuencias severas.
Hasta que exista una norma reconocida para medir y comparar la impronta positiva de carbono, por razones de transparencia, espero que la mayoría de las empresas que se tomen en serio la lucha contra el cambio climático sigan midiendo su huella de carbono y realizando evaluaciones del ciclo de vida revisadas por terceros para cuantificar científicamente su impacto ambiental, tanto positivo como negativo. Debemos ser conscientes de ambas cosas.
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